Silvia Papuccio de Vidal. Colectivo de Mujeres de La Verdecita (laverdecita@gmail.com) Fundación ECOSUR (ecosur@fundacionecosur.org.ar)
“Poner la vida en el centro y no la economía en las decisiones que guían nuestra relaciones productivas y de intercambio”, “reconocernos como seres absolutamente ecodependientes e interdependientes” y “la necesidad de poner en práctica una ética del cuidado que funciones como antídoto de las violencias múltiples que enfrentamos en todas partes y en el día a día de forma creciente” son algunos de los mantras del ecofeminismo, que en más de cuatro décadas de vida, tiene mucho que aportarnos en estos tiempos de cambio global y de coronavirus.
Se trata de propuestas teóricas, prácticas cotidianas y estrategias de lucha y resistencia pensadas y protagonizadas por las mujeres para el bien de toda la humanidad y el resto del mundo vivo e inanimado. Un saber y hacer antiguo que las mujeres despliegan cotidianamente para reproducir las bases materiales que sostienen la vida y confrontar simultáneamente, ideologías y estructuras de dominación muy poderosas como son el androcentrismo, el etnocentrismo, el antropocentrismo y el capitalismo. Los principios que estructuran la propuesta ecofeminista adquieren importancia en la actualidad, ante la crisis sanitaria global que estamos atravesando y que deja en descubierto tanto nuestra vulnerabilidad como especie, como la relevancia del conflicto capital-vida. No sabemos si el virus salió deliberadamente de los laboratorios con la intención de cambiar la hegemonía política y comercial planetaria o de mercados insalubres donde conviven especies silvestres y cultivadas, en condiciones ideales para la transmisión de vectores y enfermedades interespecíficas. Cualquiera sea la perversidad o no del origen, el tema es que el antropocentrismo, la supremacía de lo humano sobre los demás seres animados, se desploma ante la amenaza de un microparásito con efectos aniquiladores.
Por otro lado, desde los centros de poder capitalista se compite más por quién patenta primero la vacuna, que por la necesidad de su producción y acceso universal para salvar vidas. A la vez que se resiste a parar la economía en franca sintonía con las políticas patriarcales extractivistas, que promueven el crecimiento económico ilimitado y se oponen diametralmente a las políticas del cuidado, a cargo de las mujeres, los cuerpos feminizados y un sector de la sociedad casi siempre desvalorizado, que vende en el mercado el trabajo esencial que sostiene y reproduce vida.
La pandemia decretada por el COVID-19 se presenta como una oportunidad impostergable para fundar un nuevo contrato ecosocial que implique un cambio de consciencia y de actitud empática frente a lo distinto, junto con profundas transformaciones en la economía relacionadas con la abolición del modelo productivo extractivista y la mercantilización de la vida. También para poner en práctica una ética y una economía del cuidado, que promuevan y generen nuevos modos de relacionamiento entre sociedad y naturaleza basados en principios de equidad, solidaridad y sustentabilidad. Estamos en un contexto histórico donde experimentamos más cerca que nunca el biopoder y el resultado de la aplicación sistemáticas de necropolíticas, entendidas como políticas de control sobre lo vital y en contra de la vida. En donde lo cercano, lo local y lo comunitario regido por el cuidado parecen ser la salida: el cuidado de las personas y de la naturaleza. Donde resulta pertinente y sin esencialismo ni escepticismo, valorar, resignificar y poner en práctica los saberes y experiencias de subsistencia de las mujeres, las poblaciones campesinas y originarias vulneradas por el patriarcado, el colonialismo y el capitalismo (expertas y expertos en paliar crisis y en supervivencia si los hay!). Y echar mano y poner a andar biopolíticas emancipatorias como son la soberanía alimentaria, el Decrecimiento, el Buen Vivir, así como escuchar lo que tienen para decirnos los ecofeminismos, la economía ecológica y feminista y el ecologismo social.
Hoy, como se viene sosteniendo desde hace mucho tiempo desde la economía feminista y el feminismo ecológico, importan más los trabajos reproductivos que sostienen la vida y a la economía convencional, que los trabajos productivos. Valen más los cuidados y las personas que el mercado, como celebramos lo haya asumido nuestro gobierno en Argentina. Es necesario y deseable que luego de la coyuntura de la pandemia ese criterio se extienda en forma coherente, para poner freno a las actividades extractivas y productivas contaminantes a escala industrial que siguen siendo vistas como las fuentes principales para la generación de riqueza. Y se dé inicio, a la implementación de alternativas productivas sustentables y a transiciones eco-socio-territoriales que redunden en la autonomía y la salud de nuestros cuerpos y en la consecución de la soberanía territorial, económica, alimentaria y sobre nuestros bienes naturales comunes. El COVID-19 es tal vez, la primera de muchas de las expresiones globales fatales que nos pueden suceder en el corto y mediano plazo a causa de haber traspasado los límites de la naturaleza y acelerado el cambio climático. Hacer decrecer el metabolismo socioeconómico y ”poner el cuidado de la vida en el centro” reconociendo nuestra ecodependencia e interdependencia, parecen ser la clave de nuestra supervivencia.
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